di Stefano Carbone
Mi rattrista oggi il mare,
solitario e incatenato,
come fu, un tempo, Prometeo.
Abbandonato,
come un sepolcro,
dalla folla trepidante,
incapace di concepirlo
all’infuori del gaudio.
Le ghirlande di soavi fiori
dimenticate dagli amanti,
fuggiti d’innanzi ai primi freddi.
Le tenere promesse
perse, oramai, nel ricordo
d’una antica estate.
Sin anche l’albatro,
incapace d’accettar il distacco,
consuma un silenzioso pianto
mentre guarda,
sconsolato,
i flutti irosi
aggredire il cielo
con parole di tempesta.
Qui risiede l’eterno,
capace di smuovere l’anima,
il sortilegio
mascherato da solitudine.
Qui c’è la forza e il rimpianto,
il lungo abbraccio
degli amanti lontani:
il mare,
frammento d’infinito,
che vive della sua forza:
l’attimo eterno
che soffia sull’anima.
El mar en invierno
de Stefano Carbone
El mar me entristece hoy,
solitario y encadenado,
como lo fue Prometeo.
Abandonado,
como un sepulcro,
desde el gentío trepidante,
incapaz de concebirlo
más allá de la alegría.
Las guirnaldas de dulces flores
olvidadas por los amantes,
fugados con el primer frio.
Las tiernas promesas
ya perdidas en la memoria
de un antiguo verano.
También el albatros,
incapaz de admitir el desapego,
consume un llanto silencioso
mientras observa,
desconsolado,
las olas enojadas
atacar el cielo
con palabras de tempestad.
Aquí yace lo eterno
capaz de mover el alma,
el hechizo
enmascarado de soledad.
Aquí hay fuerza y arrepentimiento
el abrazo largo
de amantes lejanos:
el mar,
fragmento de infinito,
que vive de su misma fuerza:
un momento eterno
capaz de soplar
encima del alma.

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