de Marutopia
y Stefano Carbone
Las voces del tiempo
arañan las estrellas
y caen como una estrella fugaz,
sobre mi almohada.
Pienso tu olor a rosas mojadas.
Rezo por verte una vez más.
Un día te encuentro en mi jardín.
Tus manos tatuadas
de versos insomnes,
Siguen el camino de mi espalda,
donde brotan susurros
de hierba, café, delirio, alas.
Tu mirada de luna manchada,
me desviste
entre los cúmulos de nubes.
Noches espumantes de un presente mítico,
hecho con hilos de ayer,
que día a día muere
y renace en fábulas rojas,
de un edén inagotable.
Ahora es un presente
detrás de un sillón,
en penitencia.
Dicen algunos,
por sacrilegio
a la voz femenina
de mis ancestros,
mi madre,
tierra atávica del eco de mi ayer,
hogar de mis recuerdos,
raíces que buscan el camino hacia mi centro,
siguiendo la voz de la lluvia,
feroz melodía indiferente,
que alterna estaciones dentro de mi pecho.
Sigues dejándome anhelo,
un instante de calma infinita
a pesar del plúmbeo manto que cada día se extiende sobre el mundo,
viviendo de prisa,
engaño de conformidad,
por miedo a soledad y silencio.
Y tú,
incapaz de olvidar este sosiego,
tempestad eléctrica en mi pupila,
tu haces la diferencia,
como la línea que separa el mar del cielo,
me dejas sin respiro, incapaz de separarte del infinito.
Tu me recordaste, que el tiempo no pertenece a nadie,
que la vida es un soplo de eternidad
incapaz de parar su curso, a pesar de la inquietud.

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