de Ana de la Fuente (La Glitter)
El amor no está de moda.
Miento.
El amor, para mí, no está de moda.
Podría ponerme melancólica
y decir que
los rayos de luz
que me despiertan
cada mañana de enero
calientan menos que tus besos,
que besarte
es rozar el cielo
con la punta de mis versos,
que con cada caricia
que recibo de tu piel
la niña
frágil,
bonita,
salvaje
y valiente
que un día fui
explota en una hermosa primavera.
Podría decirte
todas esas cosas
y serían verdad,
pero también serían mentira
y ni siquiera piadosas.
He leído muchos poemas de amor,
he escrito muchos poemas de amor
y me he cansado de los poemas de amor.
Sigo amando
el amanecer de piel y hueso
que lamiste esa noche en mi espalda
y ese lunar tan gracioso
que pone punto final
a tu mirada infinita,
pero es que ya no me apetece escribir sobre eso.
Ahora me apetece
escribir de las estrías
que hacen de tu piel
un mapa de carreteras
directo a lo más profundo de tus complejos,
esos que ya no escondes
y que procuras amar
en un precioso intento
de mandar a tomar por el culo
todo lo que
nos han enseñado
desde niñas.
Estoy cansada
de leer y escribir
sobre esas escenas bucólicas
donde paseamos de la mano
tomando helado de
vainilla,
fresa
o chocolate
y corremos la una tras la otra
en un verde parque
una tarde de abril
procurando que el mañana no nos alcance.
Prefiero hablar de cómo quise lamer
el helado que cayó en tu escote
y no pude porque había niños delante,
de lo mucho que te enfadaste
al ver sucia
tu blusa blanca,
de cómo se jodió el plan
y acabamos en casa
comiendo palomitas,
viendo Netflix
y con tu blusa en remojo.
No voy a hablar
de lo bonita que estás
cuando te enfadas
porque, cariño, cuando te enfadas me acojonas.
Se te hincha
la vena de la frente,
se te ensancha la nariz,
te relames el colmillo,
tuerces la cabeza cuarenta y cinco grados
hacia mi izquierda que es tu derecha,
cierras los ojos durante dos putos segundos eternos,
expulsas por la nariz un fuego
que ni un dragón recién llegado a la mazmorra,
los abres,
subes los brazos
y me gritas eso de “¿Que tú a mí, qué?”
y te sale la vena gitana
que no llevas dentro sino fuera
y pareces un demonio
muy sexy,
pero, joder, un puto demonio
y tus ojos verdes
se vuelven rojos
y yo cedo
y te doy el mando,
te devuelvo la blusa,
bajo la basura,
friego los platos
y, si me lo pides,
voy a cenar con tu madre
y le llevo a Miguel Bosé.
Estoy harta
de leer sobre
tu sonrisa vertical,
de cómo disfruto
de los secretos
que esconde cada pliegue
de tu sabrosa piel.
Yo prefiero hablar
del orgasmo que tienes
cuando te como el coño,
obviar las partes
en que me tiras del pelo
y me suplicas que no pare
y quedarme con el momento en que
pones los ojos en blanco
y subes al cielo,
te fumas un porro con Bob Marley
y bajas gritando de placer
y te corres en mi boca.
Ya no quiero hablar de corazones,
flores,
velas
o cenas románticas,
ahora prefiero hablar
de lo hermosos que son los domingos
que te paseas en bragas
por casa
poniendo lavadoras,
de las ganas que me dan
de morderte el culo
y que me folles sobre la mesa
y me muerdas
y me arañes
y no podamos ir a la playa
porque la sal escuece en las cicatrices
que tan hábilmente
dejas escondidas
en mi piel
para que solo las veas tú
cuando me arrancas la ropa.
El amor, para mí, no está de moda
porque los poemas de amor
que leemos
y escribimos son idealizaciones
de soles,
lunas,
estrellas,
cervezas,
humos de cigarros
y colillas pisoteadas.
Resulta que el amor es,
está,
se hace
y punto.
Todo lo demás es innecesario,
capitalismo literario
para que haya algo que consumir,
un exceso de metáforas y adjetivos
para tratar de describir la intensidad que da el amor,
algo que solo los afortunados podemos vivir.
El amor no puede escribirse,
el amor no puede expresarse,
el amor solo puede sentirse.
No escribo esto
desde la falta de amor,
sino desde el exceso de emociones
que siento cuando estamos juntas,
desde la fascinación
de verte flotar por el pasillo en busca de una birra,
desde la incertidumbre
de escribir estos versos
y que dudes de lo que siento por ti.
Estoy enamorada,
estoy locamente enamorada
de ti,
de mí,
de nosotras.
El amor, querida, lleva tu puto nombre,
acompañado de tus apellidos,
de tus hermanos,
de tu mochila llena de pasado,
de tus orgasmos llenos de presente
y de tus sueños llenos de futuro
y de tus espejos llenos de complejos.
Por eso sé que ya no me representan los otros poemas de amor.
Tan cierto es
que adoro tu sonrisa vertical
como que me fascina comerte el coño
y las dos cosas
son igual de falsas
y ciertas
y románticas
e inexactas.
El amor, para mí, no está de moda,
pero escribir de amor nunca dejará de estarlo,
porque es,
ha sido
y será
el mejor punto de partida
para cualquier escritor.
El amor, para mí, no está de moda,
porque el amor que consumimos
es un amor idealizado
lleno de mentiras preciosas,
lleno de palabras preciosas
para fotos preciosas
y tatuajes preciosos
que encierran escenas falsas
aunque preciosas
que no nos representan, preciosa.
No nos representan
porque solo hablan de belleza estereotipada
y esconden mis ganas
de arrancarte las bragas
y follarte, follarte
toda la noche
como mi perversa mente quiere,
es decir,
de la forma más dulce que se me ocurra,
para que veas las estrellas
y sepas que son todas nuestras,
susurrándote
que lo mejor de tu pecho
no es morderlo,
sino sentirlo,
que lo mejor del sexo
no es el orgasmo,
sino recorrerte hasta que llegues a él,
que lo mejor del amor
no es sentirlo,
sino hacerlo contigo.
Te diré,
qué coño, ¡te daré!,
las estrellas,
pero a mi manera:
dejando que elijas la peor película del mundo
para una tarde de domingo,
comiendo palitos de zanahoria y chicles de fresa
en vez de palomitas con mantequilla,
fumando en la terraza, aunque me congele,
cediéndote el último trozo de pizza
y escuchando en el coche música de mierda
solo porque la pones tú.
El amor
es lo más bonito que existe
después de ti
y el puto problema que tengo
es precisamente ese,
que no sé consumir belleza,
no sé crear belleza,
no sé aproximar belleza si la comparo con la tuya.
Por eso,
el amor, para mí, no está de moda.
Porque la belleza ni se lee,
ni se escribe,
ni se crea,
ni se consume. La belleza, para mí, se disfruta.

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